Las siguentes poemas humildes fueron escritos entre Febrero y Abril de 2009, mientras yo estaba viviendo en Venezuela.
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Los torres de vidrio reflejan los barrios
igual que los placeres absurdos
reflejan el dolor de los inocentes.
Y asi vamos, pintando en los espejos
de otras vidas.
Nada y nadie puede escapar --
La ignorancia tambien refleja y refleja.
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En la lluvia de mi soledad
crecen selvas de memorias embrolladas
de un suelo de amor y pena.
Quiero seguir,
pero ante la luz del nuevo
me encanta su sombra profunda,
y su olor de retorno eterno.
Tengo que seguir,
pero ante el oscuro del futuro,
extraño las manos frescas de nuestra pasado,
mi amante,
¡Que me abrazan!
¡Que me sueltan!
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Aqui, en el centro,
rodeada por pobreza y contradicciones,
se bebe el Babilon con limon,
se come el Babilon con papas fritas,
y incluso el amor huele a mierda.
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El cuerpo es un argumento
entre deseo y cansancia
que sueña entre insistir y olvidar.
Juntos, los cuerpos aman, matan, y esperan
por enterderse.
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En la niebla de inocencia
y entre las neblinas de culpa
ando yo, indultado por destino
y condenado por fortuna.
Espero hazañas imposibles
mientras espero escombros.
Amo lo que no entiendo
y desprecio el odio.
Siempre sospechoso de fe,
andaré lejos sin destinacion.
Con mapas y brujulas adentro
y lagrimas y creaciones afuera
ando yo, en la neblina de inocencia
y entre las neblinas de culpa,
indultado por destino
y condenado por fortuna
a reflejar.
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En la ciudad,
ser humano es dificil.
Mirar a cada quien en los ojos,
escuchar a cada una que te habla,
hablar a cada cual que te escucha,
es decir, tratar a todos iguales,
se necesita ser casi superhumano.
Y asi va y viene la gran paradoja urbana;
espacios de humanos hartos de humanos,
tiempos de humanos rechazando humanos,
geografias de humanos sobreviviendo,
calendarios de humanismo mortecino.
En la ciudad, es dificil ser humano.
Es como una mala sueño que solo a veces despierte,
lleno de pendejos y profugos,
abajo la sombra de la amenaza
de una pesadilla inmunda e infinita.
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Antorchas de destino industrial
fluyen de bocas metalicas
en noches ahumados y ominosos.
Bosques oxidizados de fuego
gimen su angustia toxico
entre vastos desiertos de infraestructura,
pero la arenga sinfin de las antorchas
no entendemos por nada.
Hemos producido un mundo
que no podemos traducir,
achicharrado y en blanco.
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